Acto Segundo

Escena  1ª

Doña Carmen.- (Que sale de la puerta lateral derecha), No podemos conseguir jamás que Lola acuda a la primera llamada. Tiene siempre que hacer algo muy interesante, "algo" que no puede dejar de las manos. ¡Así dice ella! ¡Lola!... ¡Lola!... (Llamando en la puerta lateral izquierda). ¡Qué muchacha!.

Lola.- (Entra nerviosa). ¡Jesús, señora! No me era posible dejar...

Doña Carmen.- "De las manos lo que estaba haciendo". Le ruego que no me explique usted más. Sólo deseo que un día me diga que la lengua, esa lengua de usted, tan dispuesta a explicarlo todo, es la que no puede interrumpir su misión. ¿Se levantó el señorito Armando?.

Lola.- Creo que ahora lo está haciendo. Debe usted pensar que llegó anoche de viaje y es natural que esté cansado. ¡Qué simpático es! ¿Verdad, doña Carmen?.

Doña Carmen.- Muy simpático y un tanto sinvergüenza. ¡Dígalo usted! ¡Si ya me lo ha dicho en laguna ocasión!.

Lola.- Señora, hay cosas que no deben repetirse demasiado. Además, el señorito Armando ha formalizado mucho. Ya terminó su carrera y comienza a ponerse serio.

Doña Carmen.- ¡Ya era hora! En la Universidad le llamaban el Decano. Por una sola vez obtuvo "notable" en una asignatura. Esto le disgustó mucho porque estaba habituado a lograr, después de dos o tres "suspensos" un mísero "aprobado", y decía, con esa gracia tan suya, que ese "notable" rompía una tradición muy honrosa. ¡Qué concepto más raro tiene mi sobrino del honor!.

Lola.- Pero ya terminó y debemos alegrarnos.

Doña Carmen.- ¡En mala hora llega mi sobrino! No está nuestra casa para alegrías. Lo sabe usted muy bien. ese nieto me tiene disgustadísima. Julia y Carlos no duermen desde hace varios días.

Lola.- Yo he pretendido quedarme a velar a mi querido Carlitos, pero los señores no me lo han permitido. No se separan, durante la noche, ni un solo momento de la cama del niño. ¡Tan hermoso como estaba con sus tres años! Nadia quería creer que tuviese esta edad. Todos le suponían de cuatro o cinco años.

Doña Carmen.- ¡Pues ya ve usted, Lola, con qué rapidez se nos puso en un estado de verdadera y creciente gravedad! 

(Entra Armando)

Escena  2ª

Armando.- ¿Qué novedades tenemos respecto a esa diabólica enfermedad? ¿Llegó don Gregorio de viaje?.

Doña Carmen.- No creo, ¿verdad, Lola?.

Lola.- No, señora. Esperamos por don Gregorio de un momento a otro.

Doña Carmen.- Precisamente la llamaba a usted para recordarle que debe preparar la habitación para ese famoso doctor que traerá don Gregorio.

Lola.- En eso estoy, doña carmen. Con permiso de ustedes y si no ordenan algo más, me voy a continuar mi trabajo.

Doña Carmen.- Sí, Lola. Procure darse prisa. No tardarán mucho en llegar.

Lola.- Sí, señora. Al señorito Armando le dejé el desayuno en su habitación. Supongo que...

Armando.- Me he dado cuenta y ya le hice todos los honores. Muchas gracias.

Lola.- ¿De nada, señorito!... me voy corriendo. (Sale).

Escena  3ª

Armando.- ¿Qué doctor es ese que fue a buscar don Gregorio?.

Doña Carmen.- Si he de decirte la verdad, no puedo concretarte nada. Sé que es una eminencia médica. Es extranjero y lleva varios días por España. Pronunció algunas conferencias en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que le ha invitado a venir con este objeto. Por cierto, que lo hace en un español correctísimo.

Armando.- ¡Pero esta visita no querrá realizarla! ¡Si se decide a venir nos costará un capital!.

Doña Carmen.- ¡No conoces a don Gregorio! Todo lo ha hecho sin consultar con Carlos y Julia. Quiere al niño con locura y dice que dará por él hasta el último céntimo de sus ahorros. Movilizó todas sus influencias y fue a Madrid con la seguridad de que vendrá acompañado  de tan distinguido y notable especialista.

Armando.- Es un corazón de oro. ¡Qué hombre más bueno!. 

(Suena el timbre)

Doña Carmen.- ¡Qué saltos me da el corazón!. ¡Son ellos, Armando!.

(Abre la puerta doña Carmen, y entran don Gregorio con mister Wood)

Escena  4ª

Don Gregorio.- Buenos días, doña Carmen. ¿También Armando nos visita en esta inquietante situación!. Ya estamos  aquí. Mister Wood, tengo el honor de presentarle a la abuela del niño. Doña Carmen, este señor, que nos honra con su presencia en esta casa, es el sabio especialista en enfermedades de la infancia, de quien tanto se ocupa la Prensa nacional estos días. Mister Wood, este es un sobrino de doña Carmen, Armando Briones, abogado.

Mister Wood.- Tengo un verdadero placer en conocerles.

Doña Carmen.- Y nosotros un loco deseo, que fue continua obsesión durante horas y horas, en verle entre nosotros.

Armando.- Quiera Dios, mister Wood, que, como todos esperamos, acierte usted y salve a esa preciosa criatura que en esta querida familia es el puro manantial de la más santa alegría.

Mister Wood.- Muchas gracias, señor. Que así sea para satisfacción de todos.

Don Gregorio.- Tengo tantas esperanzas y tanta fe en mister Wood, que no quiero perder un minuto más. Pasemos y vamos a darles la sorpresa a Carlos y a Julia.

Mister Wood.- Como usted quiera, don Gregorio. Señora, más tarde tendré sumo gusto en pasar un rato en su compañía. Señor  (Dirigiéndose a Armando), disponga siempre de este nuevo amigo.

Armando.- Muy reconocido. Correspondo en igual forma a su gentil ofrecimiento.

(Salen don Gregorio y mister Wood)

Escena  5ª

Doña Carmen.- Te digo, Armando, que si la Virgen bendita ha escuchado mis oraciones y mis constantes ruegos, volverá a reinar la dicha en este santo hogar, que fue, desde que se casaron, un nido caliente que albergó un cúmulo de bendiciones del cielo.

Armando.- Y no lo dudes, querida tía. Dios escucha cuando se le pide con la fe que preside todos los actos de vuestra vida ejemplar y que yoi, en mis quiméricos ensueños, ansiaba compartir.

Doña Carmen.- ¡Armando!... ¿Qué estás diciendo?.

Armando.- Lo que acabas de oírme. He fingido ante mi prima, mostrando una indiferencia que no existía. Lo hice siempre, y precisamente por aquello que más me atormentaba. ¡Cuántas emociones desoladoras y melancólicas invadían todo mi alma y todo mi corazón, al verla sufrir tanto por aquel amor perdido!. Pero mi cerebro pensaba, era fuerte mi voluntad y supe ocultar mis sentimientos. Vencí, querida tía, y dejé que otro hombre, el que tenía que ser, el que necesitaba el espíritu enfermo de mi prima, se encargase de arrancar del santuario de su corazón aquel continuo recuerdo que era su martirio y el de todos los que, queriéndola tanto, la consolábamos con caiñosas palabras de aliento. Esta es la triste verdad, tía. Después de esta sincera confidencia guarda el secreto, que yo te aseguro que estoy completamente curado de aquella inquietud de mi alma y tengo la firme convicción de que soy muy feliz cuando la veo dichosa, alegre, satisfecha. Tan convencido de esto como de que Julia jamás sospechó nada. Mis palabras se detenían en sus oídos; en cambio, sus silencios llegaban a lo más hondo de mi ser.

Doña Carmen.- Jamás, querido Armando, pasó por mi imaginación nada de lo que acabas de revelarme. ¡Que tu prima pudiera enamorarte!... Sin embargo, pensando detenidamente en tus palabras creo que encontraré en tus maneras de proceder algunos detalles... Aquellas visitas tuyas, tan frecuentes al principio, poco después de la muerte de Jorge, tan distantes luego... a medida que transcurría el tiempo. Aquel bondadoso deseo tuyo de llevar el corazón de Julia por las rutas del olvido hablándole de la abnegación y hasta del heroísmo en estos casos. Le hablabas también de que algún día otro amor, un cariño puro y generoso sería para ella el mejor remedio para gozar de un merecido sosiego espiritual. Yo no te comprendía entonces, y ahora...

Armando.- Eso ya terminó, querida tía. Ten por cierto que es así. Sólo quiero preguntarte lo siguiente: ¿Julia sabe la tragedia vivida por Carlos?.

Doña Carmen.- No. Carlos le hizo saber, en alguna ocasión, y creo que antes de casarse, que tenía justificados motivos para vivir embargado por una profunda tristeza; pero jamás le refirió la dramática escena de la que fue desgraciado testigo, y después, en la vida matrimonial, no recuerdo verle con aquella amargura qque constantemente llevaba en el rostro.

Armando.- Y Julia, ¿no sintió nunca deseos de saber el pasado de Carlos?.

Doña Carmen.- Julia, que es muy sensata, como sabes, se cuidó mucho de no "bucear" en el pasado de su esposo. Procuró darle mucho interés, mucha gracia, un especial encanto al presente, en beneficio de la felicidad de ambos. El dolor se extingue, pero deja en nosotros una deformación. No sé dónde ha leído que el sufrir pasa, pero no pasa el haber sufrido. Ni a ella, ni a él les convenía remover las cosas que fueron. Julia, la conozco muy bien, no preguntará nunca sobre esos extremos a su marido.

Armando.- ¿Y don Gregorio, viene mucho por aquí?.

Doña Carmen.- Varias veces al día. En cualquier momento libre de sus ocupaciones, aquí le tienes. Quiere a Julia de una forma inexplicable. Al niño, es tal el cariño que le profesa, que te digo, Armando, que no encuentro palabras para decírtelo, porque por mucho que tratase de hacértelo ver con mil detalles, todos muy elocuentes, habría de ser pálido ante la realidad. He escuchado de sus labios frases como ésta: "Daría mi vida por la de ese niño".

Armando.- Siempre lo he pensado así. Es la bondad personificada. ¡Cuánto me alegra esto, tía Carmen!.

(Entra Lola)

Escena  6ª

Lola.- Señora, espero sus órdenes para preparar lo que usted crea necesario para el almuerzo.

Doña Carmen.- Iré yo a la cocina, pues hoy son don Gregorio y mister Wood forzosos invitados. Si las impresiones recogidas por sl sabio doctor fueran satisfactorias, consiguiendo ya en sus primeras intervenciones alejar la gravedad de mi nieto, creo que pasaremos un rato delicioso. Me entusiasma conversar con hombres de tan extraordinaria cultura. Esto sirve de aliento al espíritu.

Amando.- Así lo espero, tía. No quisiera equivocarme. Me da el corazón que este hombre saca el niño adelante.

(Cuando Armando dice esto, entra Julia)

Entrada a la escena 7ª

                          

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