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Julia.-
(Que
viene del jardín con un ramo de flores)
¡Son preciosas! (Las
huele). Las
voy a poner aquí, en esta mesita. Cuando venga Carlos, que goce
con su vista, ya que me ayudó a cogerlas.
(Entra
doña Carmen)
Doña
Carmen.- ¿Estás ya de vuelta, Julia? ¿Sabes que vino tu primo
Armando?.
Julia.-
(Se
vuelve nerviosa) ¡Qué
susto me has dado, mamá! Colocaba estas flores, que como
verás, son muy bonitas. ¿Pero qué has dicho? ¿Está aquí
Armando? Voy a verle enseguida. (Inicia
la salida).
Doña
Carmen.- No vayas. Me dijo que iba a dormir. Le llamaremos para
el almuerzo.
Julia.-
¿Están bien los suyos? ¿Se casa su hermana Luisa?
Doña
Carmen.- Todos están buenos. Tu tío continúa lo mismo. Luisa
no se casa; pero dime, ¿qué tal en el jardín?, ¿lo has
pasado bien?.
Julia.-
Creo que sí. Carlos, a pesar de esa amargura que refleja en el
rostro, es muy simpático y además su conversación pone de
relieve una cultura y formación intelectual poco comunes.
Doña
Carmen.- Termina la carrera de medicina el año que viene.
Julia.-
Hemos hablado de literatura. Tiene pensamientos maravillosos.
Doña
Carmen.- Fíjate, Julia, ¡médico tan joven!.
Julia.-
Dice que la literatura es el más emotivo contacto con el
pasado, el presente y el futuro de las cosas.
Doña
Carmen.- Seguramente, después de la licenciatura, hará una
destacada especialidad.
Julia.-
Ya te he oído, mamá. Será médico y un gran especialista.
(Volviendo
con deleite a sus anteriores recreos literarios por boca de
Carlos).
"Encuentra usted belleza literaria y eso ya recrea el
espíritu, despierta la imaginación, lleva la paz a nuestra
conciencia desterrando el odio de nuestro corazón". ¿Te
das cuenta, mamá, de cómo piensa Carlos?.
Doña
Carmen.- Quizás, mejor que tú.
Julia.-
¿Por qué mejor que yo?.
Doña
Carmen.- Ahora no tengo tiempo de explicarte nada. Es preferible
que tú misma lo vayas comprendiendo.
Julia.-
Me ha dicho también que el placer de una buena lectura sólo
podemos apreciarlo cuando, invadidos por la nostalgia y la
melancolía, nos encontramos, en tal recreo, a nosotros mismos.
Doña
Carmen.- ¡Son ráfagas del viento huracanado que desgarró
aquella inocente alma!.
Julia.-
Me hablas de una forma que no me permite comprenderte. (Suena
el timbre). (Nerviosa)
¡Ahí está Carlos! Quedó en venir por aquí, tras breves
minutos, pues don Gregorio, que nos vio en el jardín, le dijo
que le esperase en esta casa, que iba a visitar a un enfermo y
que le recogería en seguida para irse a almorzar.
Doña
Carmen.- Voy a abrirle, le saludaré y os dejo. Tengo mucho que
hacer.
(Abre
la puerta y aparece Carlos)
escena
10ª
Carlos.-
Buenos días, señora. ¿Qué tal desde ayer tarde?.
Doña
Carmen.- Muy bien, Carlos. Me alegra mucho verte. No sé por
qué, más que otras veces. Le estaba diciendo a Julia que no os
puedo acompañar porque debo ocuparme de la cocina. Hoy llegó
un sobrino y hay que celebrarlo, aunque sea con modestia.
Carlos.-
Sabe usted, doña Carmen, cuan grata es su amable compañía,
pero ante sus quehaceres debemos renunciar a nuestros sabrosos
diálogos.
Doña
Carmen.- Lo siento de veras. Hasta otro momento, Carlos.
Carlos.-
Que tenga usted mucho éxito en el arte culinario. Adiós,
señora.
Doña
Carmen.- ¡Allá veremos!.
(Sale
doña Carmen)
escena11ª
Carlos.-
He observado, ya cuando entré, que esas son nuestras flores.
Julia.-
Es usted un gran observador.
Carlos.-
¡Qué feliz debe ser usted con esa madre que es un dechado de
virtudes!.
Julia.-
También la señora de don Gregorio debió ser muy buena. Don
Gregorio y usted merecían una esposa y una madre... (Se
sienta).
Carlos.-
¡Ah! ¿Pero usted cree...? (Sentándose)
Don
Gregorio no es viudo. Mi madre no fue su esposa.
Julia.-
Perdone usted, Carlos. He sido muy indiscreta.
Carlos.-
¿Qué piensa usted, Julia? ¡Por Dios, no torture más mis
hondos sentimientos! Me figuro que les parezco un enigma
viviente. Pero ni con el pensamiento debe mancharse la sagrada
memoria de una madre que fue modelo de esposa. la fatalidad hizo
que mi padre, en aquel momento, estuviese con nosotros. No me
comprenderá usted, porque no conoce la tragedia.
Julia.-
Aunque no comprendo nada de lo que me dice, lleva usted el dolor
tan al descubierto que no es posible engañarse. Se puede
disimular con la risa y la alegría, alguien lo ha dicho, un
temperamento tosco, duro, limitado; pero detrás del dolor sólo
cabe dolor.
Carlos.-
Dios concede, julia, en los tiempos de guerra, especial valor y
fortaleza a las esposas y a las madres. Se viven tragedias
únicamente soportables cuando en el hogar aún queda ese calor
irremplazable que da la familia estrechamente unida, y que al
ser verdadera y profundamente religiosa sabe hacer frente a los
más crueles, rudos, bruscos y duros golpes de la vida, con una
ejemplar resignación cristiana digna de la más sorprendente y
fervorosa admiración.
Julia.-
Dice usted cosas que llegan al corazón, y mi mayor alegría
será ayudarle a olvidar, para que usted y el bueno de don
Gregorio alcancen el más dichoso bienestar, como justa
compensación a tantos sufrimientos.
Carlos.-
¡Si usted supiese, quizás se lo figure, cuantas veces él me
ha hecho paternal compañía y me dio valor y alientos en
ocasiones en que yo era víctima del más insufrible
abatimiento!. Jamás saldaré esta inextinguible deuda de
gratitud. Será eterna, como mi cariño hacia él.
Julia.-
Yo le prometo que pondré de mi parte cuanto pueda para...
Carlos.-
Si usted quisiera lo podría todo. Al conocerla a usted pareció
entrar mi vida derrotada y triste en una fase que pudiéramos
llamar la de la resignación; en el transcurso de los días que
llevo a su lado, el consuelo quiere ser la siguiente nueva fase,
y con el consuelo aspiro, Julia, realizado el ideal de mis
sueños, a gozar de las más puras esencias de la felicidad,
prometiéndole romper los vínculos que me unen a un ingrato
pasado para anudar otros inquebrantables.
Julia.-
Carlos, usted ignora... Yo también sufro... Yo tuve un amor,
que me pareció siempre el único amor que llenaría mi vida.
Carlos.-
No sabe usted de mi pasado. Yo conozco el suyo. Estoy
perfectamente enterado. ¡No es único el amor, Julia!.
Esa clase de amor no puede ser único. Pudo ser para usted, el
más grande. Sólo es único el amor de madre, el de la
verdadera madre, que antes de serlo ya se estremece en dulces
impaciencias. El amor apasionado no es así, es diferente, tan
extraordinario, que me parece que no puede medirse y sus
posibilidades de reencarnación son tan sublimes que es capaz de
volver a dar a nuestras horas su dulzura y su encanto antiguos.
Julia.-
Yo también le confesaré, Carlos, que desde que usted se
presentó en esta casa, analizo frecuentemente mi estado de
ánimo sometiéndolo a dolorosas experiencias. Lo que antes me
era imposible realizar, observo que ahora lo llevo a efecto
fácilmente, y tiemblo creyéndome culpable de falta de lealtad.
Contemplo los retratos de Jorge sin lágrimas; leo sus viejas
cartas sin la emoción y el dolor de antes; me siento al piano y
el tema musical, nuestro tema musical, que yo jamás podía
escuchar sin que mi corazón pasase por el momento de ritmo más
fuerte, no me dice lo que siempre me ha dicho.
Carlos.-
Es que quizás comiencxe. Julia, para usted algo que a mí va a
liberarme de las garras del martirio. ¿Debo tener esperanzas?
¡Quisiera verlo tan claro!
(Estas
últimas palabras las oye don Gregorio, que entra por el
fondo sin que Carlos y Julia se den cuenta).
Julia.-
¡Por favor, Carlos, no me exija usted más! (Se
pone de pie y Carlos hace lo mismo).
En el jardín he coronado un delicioso descubrimiento. Las
flores me parecieron más hermosas que nunca, su perfume más
exquisito. Cada flor que usted ponía en mis manos era un nuevo
eslabón añadido a una cadena que aprisionaba un pasado
envuelto en densa niebla, que ya comienza a resolverse en
bendita lluvia de ensueños. Ya le he dicho bastante. Puede...
que con demasiada claridad. Hay cosas a las que molesta el
exceso de luz.
Don
Gregorio.- (Interviene,
viéndose sorprendidos Julia y Carlos, que se vuelven hacia él)
No
precisamente, Julia, para caminar por los senderos de un
corazón femenino que durante algún tiempo fue fiel albergue de
un profundo y sincero amor. Ese amor perdido llama otra vez a
las puertas del mismo corazón y yo quisiera que usted fuese,
para mi querido Carlos, la piadosa Samaritana que mitigase su
sed de felicidad.
Julia.-
Para Carlos y para usted, don Gregorio, que es un alma buena y
santa. (Al
decir esto Julia, toma de la mano a Carlos y abraza a don
gregorio).
(Cae
el telón)
Fin
del Primer Acto

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al Segundo Acto


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"No es único el amor
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