Una nueva teoría

Por

Fermín Rodríguez Losada

Catedrático

ACTO PRIMERO 

Aula de la cátedra de Física, con dos puertas. Por la puerta lateral entran los alumnos. Por la puerta del fondo, los profesores. 

ESCENA I

FLORO 

Floro.- (Limpiando la carpeta de la mesa del profesor). Ya llegó, como siempre, a las en punto. (Entra Antonio). 

ESCENA II

ANTONIO, FLORO 

Antonio.- ¿Qué, ya vas a llamar? 

Floro.- Pues naturalmente, este hombre es la puntualidad personificada. (Imitando al Catedrático.) "Floro, vamos, llame usted a Física”. ¿Y tú qué haces? Esperando al Director seguramente. ¡Siempre le sales al quite, pelotillero!. 

Antonio.- Yo puedo hacerlo, porque siempre estoy en perfecto estado, es decir, en plena posesión de mis facultades mentales. Tú, en cambio, siempre llevas encima contrabando. (Sacándole una botella del bolsillo.) 

Floro.- (Quitándosela). Mira éste... vete... no comencemos. Está visto que somos imbéciles. 

Antonio.- Oye tú, no pluralices y procura expresarte en singular. 

Floro.- Bueno, pues eres un imbécil.

 

Antonio.- No agravia el que quiere, sino el que puede. 

Floro.- Como se conoce, por lo bien que manejas el lenguaje, que el Director es el literato del Gimnasio. 

Antonio.- Cultura, Floro, cultura que se me he pegado y que me es muy difícil separar de mí. Luego continuaremos dialogando. (Marchando).

Floro.- Adiós, Unamuno. (Sale Antonio). 

ESCENA III

FLORO 

Floro.- (Dirigiéndose a la puerta lateral). Física. (En voz alta). (Los alumnos entran en clase y se sientan. Aparece inmediatamente Don Rafael, que se dirige a su mesa; lleva debajo del brazo izquierdo una cartera. Los alumnos, al verle entrar, se ponen de pie. Don Rafael ocupa su asiento y les hace un gesto para que se sienten) (Sale Floro). 

ESCENA IV

DON RAFAEL, ALBERTO, CELIA, PEDRO 

Don Rafael.- Vamos a tratar hoy, como último día de clase, de fijar con escrupulosa veracidad, el conocimiento de algunos conceptos modernos, a la vez que recordar algo de lo ya explicado. Decíamos ayer, que son numerosas las causas que hacen variar les condiciones de propagación de la energía radiada. Vamos a ver, señor Martínez, diga algunas circunstancias influyentes.

 

Alberto.- (Poniéndose de pie). El estado higrométrico de la atmósfera, las condiciones de los mares, continentes, montañas... la hora del día, la época del año... 

Don Rafael.- ¿No sabe usted más que eso? He dicho ayer bastante más y, por cierto, con mucha precisión científica ¿Pudiera decirnos algo sobre esto la señorita... de la última mesa?. Siéntese, señor Martínez. (Se sienta Alberto). 

Celia.- (Se pone de pie.) Creo que sí, señor. Dependen de le constante dieléctrica (épsilon), de le permeabilidad magnética (gamma), de la conductibilidad (sigma) de la atmósfera, y sobre todo su ionización en las capas de Heaviside y de Appleton. 

D. Rafael.- Muy bien, señorita; usted ya sabe que el fenómeno, la onda electromagnética es algo mucho más compleja que lo que algunos tratadistas pretenden, con su censurable manía de vulgarizar las cuestiones más arduas de la Ciencia. Puede usted sentarse señorita. (Celia es sienta) Pasemos ahora a Óptica. ¿Qué nos dice el señor Menéndez sobre "esencia de la luz”?.

 

Pedro.- (Poniéndose de pie) De eso recuerdo que usted nos habló de diversas teorías, defendidas por hombres eminentes y, claro está, que por tan poderosa razón yo no me atrevo a... discutirlas.

 

Don Rafael.- No obstante, usted habrá leído en diferentes autores algunos comentarios.

 

Pedro.- Sí señor, pero tampoco están de acuerdo, y claro está... yo no... 

Don Rafael.- Sí..., sí..., ya comprendo; usted no se atreve a opinar. Pero es el caso que durante todo el curso no opinó usted, y parece dar a entender que usted no sabe nada de nada. 

Pedro.- Mire usted, don Rafael, en eso..., créame, en eso están conformes todos los autores. 

Don Rafael.- Pues mañana, a las cuatro de la tarde, sufrirán ustedes la prueba de suficiencia a que pienso someterles y dos días más tarde se reunirá la Junta de Profesores para calificar. Ya veremos cuántos de ustedes terminan este curso; pero continuemos. Siéntese usted. (Pedro se sienta) ¿Pudiera la señorita de ...?.

Celia.- (Levantándose) De 1a última mesa, ¿verdad, don Rafael?.

Don Rafael.- Eso... sí... sí... de la última mesa. ¿Se ofende usted por ello?. 

Celia.- No señor, es que como todo el curso no he sido para usted más que eso... (Alberto, que durante toda le clase, está mirando alternativamente a Celia y a don Rafael, hace un gesto de profunda contrariedad). 

Don Rafael.- ¿Y qué más podía ser?. 

Celia.- (Sonriendo) Un nombre y dos apellidos. (Aparte a Esther) ¡Cómo me gusta!. 

Don Rafael.- (Riendo) ¡Ah! sí, efectivamente, perdóneme, ¿cómo es su nombre?. 

Celia.- Me llamo Celia. 

Don Rafael.- Celia y algo más. 

Celia.- Celia Cortés Noriega. 

Don Rafael.- Pues entonces, ¿sería tan amable le señorita Cortés que me dijese algo sobre la “esencia de la luz”?. 

Celia.- Antiguamente fue general creencia que la luz era una materia desprendida por los cuerpos luminosos. Esta idea fue admitida por Newton en 1704. Huyghens indicó que la luz podía ser debida a un movimiento vibratorio del éter, creando así la teoría de las ondulaciones. La de Newton, que antes cité, constituyó la de la emisión. 

Don Rafael.- Usted sabe que las investigaciones de Fresnel y Young, en 1815, confirmaron la teoría de Huyghens. 

Celia.- Si señor, y por eso es hoy ésta la única admitida. 

Don Rafael.- Mejor dirá usted la que tiene más partidarios. Las dos hipótesis permiten explicar todos los fenómenos que tienen por causa la luz. Sin embargo... 

Celia.- Hay algunos, como el de las interferencias, que solamente se explican por la de las ondulaciones. 

Don Rafael.- Modernamente vuelve a tomar cuerpo la teoría emisiva de la luz, aunque modificada al considerarla constituida por electrones dotados de rápidos movimientos de rotación. A ello obliga la necesidad de suprimir el éter en determinados experimentos ópticos, y además ciertas consideraciones sugeridas por el llamado principio de la relatividad. De todos modos, ha estado usted perfectamente. Siéntese usted... 

Celia.- Celia. 

Don Rafael.- Señorita Cortés. (Celia se sienta) Bueno, señorita,  yo le hablaré a usted también, en ocasión oportuna, de una nueva teoría, y créame que celebraría muchísimo que llegase a comprenderme. Por hoy, retírense; mañana ya saben ustedes que a las cuatro de la tarde deben estar en esta misma aula para verificar la prueba a que hice referencia hoy, y creo que no es necesario que les diga cuán grande y ferviente es mi deseo de que todos triunfen, aunque mucho me temo que la suerte no les sea a todos igualmente propicia. De modo que, hasta mañana.

(Salen todos, pero Celia y Esther van haciendo lo posible por quedar las últimas. Se acercan luego a la mesa del profesor). 

ESCENA V

DON RAFAEL, ESTHER, CELIA  

D. Rafael.- (Levantándose) ¿Desean ustedes consultarme alguna cosa, señoritas?.

 

Esther.- Venimos a solicitar de usted su presencia en la gran jira campestre de esta tarde, organizada anualmente por los alumnos del Gimnasio, para celebrar el fin del curso académico. 

Don Rafael.- (Dirigiéndose a  Celia) ¿ Tienen ustedes gran interés en que yo asista?. 

Celia.- Verá usted, como es el primer año que está aquí y no conoce esta costumbre, tratamos de advertírselo para que, si usted quiere, acuda a la fiesta, como lo hacen sus compañeros. 

Esther.- Le advierto que lo ha de pasar muy bien, ya que la animación es extraordinaria. 

Don Rafael.- Lo pensaré y procuraré complacerlas. Tengo esta tarde unos trabajos urgentes de espectroscopia; no obstante, haré cuanto esté a mi alcance para lograr que todo sea compatible.

Celia.- ¿Y no sería compatible con esta conversación, Don Rafael, el que usted me indicase. algo sobre esa nueva teoría, de la que prometió hablarme?. 

D. Rafael.- Lo haré con más calma y, desde luego, más adelante, después de terminado el curso y, sobre todo, cuando estén ustedes ya calificadas. 

Celia.- Pero entonces no podrá ser, porque me han dicho que usted sale inmediatamente para Suiza, pensionado por la Junta de Relaciones Culturales. 

Don Rafael.- Es que quizás pueda tratar ampliamente con usted de esa teoría en... 

Celia.- (Riendo) ¿En el viaje? ¡Cómo me gustaría ir?. 

D. Rafael.- (Nervioso) En los días que yo emplee para su preparación. (Alberto aparece en la puerta lateral y pregunta si le permiten pasar. Don Rafael accede con la cabeza) Y ahora prepárense bien, que mañana es la prueba final. No olvidaré que esta tarde celebran ustedes la gran jira campestre. 

Celia.- (Marchando con Esther) Sí señor, hasta esta tarde. 

Esther.- Usted siga bien, Don Rafael.

Don Rafael.- Adiós. 

(Al pasar Celia y Esther al lado de Alberto, dice Celia muy satisfecha: Adiós Alberto. Este no le contesta y hace un gesto de disgusto)  

ESCENA VI

ALBERTO, DON RAFAEL  

Alberto.- Usted sabrá perdonar, esta decisión mía, que me presentará ante sus ojos como un osado, pero mi situación es critica y por eso estoy aquí.

 

Don Rafael.- Usted dirá.

 

Alberto.- Mañana he de someterme a esa prueba que usted anunció en clase. Tengo la seguridad absoluta de mi fracaso y ya me veo ante la Junta de Profesores, para que usted me haga algunas preguntas, cosa que suele hacerse en este Gimnasio con los alumnos del último año, cuando son una o dos las asignaturas en las que no merecen la aprobación. 

Don Rafael.- Todo lo que usted dice está muy bien, pero ¿quiere explicarme a qué viene eso?. 

Alberto.- Pues a hacerle saber a usted que ya el curso pasado suspendí la Física y que en mi casa produciría un gran disgusto que este año volviera a fracasar. 

Don Rafael.- Ese disgusto pudo usted evitarlo estudiando y comportándose con la dignidad propia de un hijo. 

Alberto.- Es que además en mi casa hace falta que yo termine este año. 

Don Rafael.- Más indigno, por tanto, su proceder durante el curso. 

Alberto.- Quizás sea así como dice, pero no quisiera que me hiciera usted ante la Junta de Profesores preguntas que yo no pueda responder. 

D. Rafael.- Yo le haré las preguntas que estime precisas para llegar a la convicción absoluta de que usted conoce la asignatura, al menos, en lo que yo considero como mínimo de conocimientos para su aprobación. 

Alberto.- Si esas preguntas fueran sobre Termodinámica, acaso... 

D. Rafael.- Le repito a usted que serán las quo yo crea convenientes. 

Alberto.- Le suplico que sean de Termodinámica.

Don Rafael.- Indignado) Cállese y no insista. 

Alberto.- (Excitado) De Termodinámica, Don Rafael. 

Don Rafael.- Hemos terminado de hablar. Esa es la puerta. (Señalando la salida). 

Alberto.- (Sale andando de espaldas a la puerta, muy excitado) Termodinámica, don Rafael, Termodinámica.

(Cuando esto dice ALBERTO, y en el momento de salir por la puerta lateral, entra por 1a del fondo Don Juan, que oye las últimas palabras) 

ESCENA VII

DON JUAN, DON RAFAEL 

Don Juan.- ¿Qué le pasa a este muchacho?. 

Don Rafael.- No tiene importancia. Hablábamos de unos apuntes que él ha tomado en clase.- 

Don Juan.- Parecía excitado. 

Don Rafael.- Es así su carácter. ¿Qué tal está con usted en Geografía e Historia?. 

Don Juan.- Bastante bien. Desde luego, puede pasar. 

Don Rafael.- Lo celebro. Hablemos de otra cosa. 

Don Juan.- ¿Qué tal el asunto de que me habló la otro noche?. 

Don Rafael.- No sé qué decirle. Parece mentira que una chiquilla... 

Don Juan.- Le preocupe tanto, ¿verdad? ¿Habló usted de ello con nuestro compañero e íntimo amigo suyo, el matemático? 

Don Rafael.- Pues claro que sí. ¿Peno no le conoce usted? Está loco de atar, como el filósofo. Le ví en su cátedra; acababan los alumnos de abandonar el aula cuando yo entré. Le confié mi secreto y escuchó mis palabras con la solemnidad que él pone en todas sus cosas. 

Don Juan.- ¿Y qué le aconsejó? Porque usted le habrá referido las circunstancias especiales que concurren en este caso. 

Don Rafael.- Naturalmente. Se lo dije todo, pero después de escucharme, tomó el yeso, se fue al encerado, enunció un teorema directo, un recíproco, un contrario y un contrarrecíproco, para demostrarme que lo que tengo que hacer es declararle mi amor a esa muchacha, y urgentemente, que así lo exigen las ciencias exactas. 

Don Juan.- ¡Y puede que tenga razón!. 

Don Rafael.- También usted? Vámonos. Espere un momento. (Llamando al timbre) (Aparece Floro). 

ESCENA VIII

FLORO, DON RAFAEL, DON JUAN 

Floro.- ¿Qué desea? Don Rafael. 

Don Rafael.- Mañana a las cuatro de la tarde harán, en esta misma aula, un examen escrito los alumnos del último curso; es menester que todo esté preparado para dicha hora, así como quiero igualmente muy ordenado el gabinete de Física y el laboratorio de Química. 

Floro.- Sí señor, tendré muy en cuenta sus órdenes. 

Don Rafael.- (A Don Juan) Ahora ya nos vamos. 

Don Juan.- (Saliendo con Dos Rafael) De modo que no se decide usted, ¿no es eso?. 

Don Rafael.- Tengo dudas horribles. Es una muchacha muy inteligente, estudiosa,  agraciada en extremo, y siente un entusiasmo extraordinario por todo aquello que sea fruto de la investigación científica, y, francamente, no sé qué pensar. 

Don Juan.- Si..., ya comprendo. Usted teme que ella admire, como todos nosotros, sus profundos conocimientos, sus explicaciones en la cátedra, en una palabra, su exquisita formación intelectual, y que eso forje en ella la ilusión de que está enamorada. (Don Rafael se encoge de hombros).

(Don Rafael y don Juan salen por la puerta lateral)

ESCENA IX

FLORO 

Floro.- Este Don Rafael, que dicen sabe tanto, a mi me parece un chiflado.

(Entra Antonio) 

ESCENA X

ANTONIO, FLORO 

Antonio.- ¿Qué hay, Floro? Te darían ya instrucciones para mañana. He oído a los chicos que mañana hay exámenes de Física. Es Don Rafael el único que examina; los demás juzgan por el curso. 

Floro.- Tú siempre has de meterte donde nada te importa. Tú deseas ser buen amigo mío y yo no quiero. 

Antonio.- Yo sólo quiero cumplir con mi deber. 

Floro.- Pues yo no; prefiero hacer amigos, ¿me entiendes?. ¡Que hagas buena carrera!

Antonio.- ¿Quién sabe? Anda, dame une cerilla. (Floro saca la caja de cerillas y le da una).

Floro.-Toma. 

Antonio.- (Tocándose los bolsillos) Pero es el caso que no tengo tabaco. 

Floro.- Entonces no hace falta la cerilla. (Se la quita y la vuelve a la caja.) ¡Cuándo me jubilarán!. 

Antonio.- A ti, cualquier día, Floro. (Haciendo con la mano ademán de beber algo)

Floro.- ¡Miren el abstemio! Tú debías sentarte aquí. (Señalando el sillón del profesor). 

Antonio.- Pues has de saber quo yo comencé a estudiar,  pero por no hacerlo atentamente y con afición, he tenido que parar en este empleo. 

Floro.- (A1 mismo tiempo quo se dirige a la puerta del fondo) ¡Si ya lo decía yo! (Cantando):

estudiaba, estudiaba, sin poner atención

y el pobre muchacho ¡qué poco aprendió!

Antonio.- Amenazándole al mismo tiempo que sale Floro) ¡Ese tío viejo!.

 (Cae e1 telón)  

FIN DEL ACTO PRIMERO

Entrada al acto segundo

Si quiere enviar un mensaje recomendando

 estas páginas, pulse AQUÍ

Añada este sitio a sus Favoritos

Portada Teatro

Portada "Una nueva teoría"

Contenido