ACTO TERCERO

(Sala de Profesores. Entradas y salidas e ella por la puerta del fondo. Aparecen sentados todos los Catedráticos alrededor de una larga mesa. Cada Profesor tiene sobre la mesa una carpeta y un pliego de papel, que es la lista de clase). 

ESCENA I 

DON VALENTÍN, SECRETARIO, PROFESOR DE CIENCIAS NATURALES, PROFESOR DE FILOSOFÍA, DON JUAN, PROFESOR DE LATÍN, DON RAFAEL 

Don Valentín.- (El Director, sentado a la cabecera de la mesa) Creo que subsanado ese error, podemos continuar. 

El prof. de Matemáticas.- (Que hace de Secretario de la Junta de Profesores, sentado a la derecha del Director) Sí, Don Valentín, sigamos: (Mirando la lista) (Lee) Esther González Sanjuán. En mi asignatura, es decir, en Matemáticas, le concedo siete. ¿Ciencias Naturales?. 

El prof. de Ciencias Naturales.- Siete. 

El Secretario..- ¿Filosofía?. 

El prof. de Filosofía.- Cinco. 

El Secretario.- ¿Geografía e Historia?. 

Don Juan.- Siete. 

EL Secretario.- ¿Latín?. 

El prof. de Latín.- Siete. 

El Secretario.- ¿Física?. 

Don Rafael.- Cinco. 

El Secretario.- Esta señorita es un “notable”, si don Valentín, en Literatura, la califica con un siete. 

Don Valentín.-Y así es,  porque lo merece. Vamos con otro. 

El Secretario.- (Leyendo la lista) Pedro Menéndez Sarmiento. 

Don. Valentín.- Si alguno de ustedes otorga puntuación a este joven, que haga el favor de indicarlo. (Todos callan). 

Don Juan.- Bueno, yo le concederé cm cinco, porque es un hombre de ingenio. Una vez que le pregunté en la clase de Historia por la batalla de Covadonga, me contestó que dicha batallafue la sostenida por Favila y el oso, y de la que no se sabe a ciencia cierta, me dijo, si eloso mató a Favila o Favila al oso, aunque yo creo, añadió, que ambos perecieron en la refriega. (Risas).

El prof. de Filosofía.-(Mirando la lista) ¿Y cómo dice usted que es el nombre de cate alumno? (Dirigiéndose al Secretario). 

El Secretario.- Pedro Menéndez. 

El prof. de Filosofía.- Pero este Pedro Menéndez, ¿no será El Adelantado?. 

EL Secretario.- No, señor. Éste es El Retrasado. 

Don Valentín.- Vamos a continuar, porque así no terminamos nunca. 

El Secretario.- (Leyendo la lista) Alberto Martínez Sampedro. 

Don Valentín.- El señor Martínez, según el cambio de i­mpresiones que hemos tenido hace unos días, aprueba en todas, menos en Latín y en Física, ¿no es así?. 

El prof. de Latín.- Yo me decido a pasarlo en Latín. 

Don Rafael.- Lamento sinceramente no poder hacer lo mismo. 

El prof. de Latín.- Pues ya ve usted, don Rafael, yo soy un hom­bre exigente y justo; sin embargo, lo apruebo. 

Don Rafael.- No lo dudo, pero hay quien creyéndose jus­to estima de justicia todo aquello que lleva a efecto, cuando en realidad lo que procede en la vida sa realizar siempre actos de justicia para llegar a ser justos.

Don Valentín.- Entonces ¿le haremos pasar pare que usted    le haga unas preguntas?. 

Don Rafael.- Accedo a ello, pues no quiero ser una excepción en la costumbre establecida en este Gimnasio. 

(Don Valentín llama al timbre y aparece Floro).

ESCENA II

FLORO, DON VALENTÍN 

Floro.- ¿Desea usted algo, don Valentín?. 

Don Valentín.- Supongo que estarán por ahí los alumnos del último curso. 

Floro.- Sí señor. El día que se reparten las notas no falta nadie. ¡Si fuesen tan cumplidores durante el curso!.

Don Valentín.- Pues es necesario que usted diga al señor Martínez Sanpedro que haga el favor de presentarse aquí.

Floro.- En seguida, señor Director.

(Sale Floro)

 ESCENA III

DON VALENTÍN, DON RAFAEL 

Don Valentín.- No se extenderá usted mucho, ¿verdad, Don Rafael?. 

Don Rafael.- Tengo la firme convicción de que no serán  necesarias muchas preguntas para que uste­des se den perfecta cuenta de ha deficiente  preparación de este muchacho. 

(Alberto se presenta en la puerta del fondo). 

 ESCENA IV

ALBERTO, DON VALENTÍN, DON RAFAEL 

Alberto.- ¿Me permiten pasar?. 

Don Valentín.- Pase usted, señor Martínez. Dispóngase a contestar algunas preguntas que don Rafael le hará. 

Don Rafael.- ¿No quiere usted sentarse? (Dirigiéndose a Alberto y señalándole una silla). 

Alberto.- No señor, muchas gracias, Me encuentro así mejor. 

Don Rafael.- (Levantándose y paseándose mientras 1e formula las preguntas). Vamos a ver, señor Martínez, usted conocerá las leyes del péndulo y debe recordar la expresión que da el tiempo de un vaivén u oscilación pendular, cuando la amplitud es pequeñísima. 

Alberto.- Si señor, es igual a x por as igual a “(pi)” por... por... 

Don Rafael.- Bueno, se lo diré yo: “(pi)” raíz cuadrada de “l/g”; pero ahora me dirá usted el término correctivo que se añade a esta fórmula cuando las oscilaciones no pueden mirarse como de amplitud despreciable. 

Alberto.- No lo recuerdo. 

Don Rafael.- Fíjese usted. ¿No recuerda 1/8  h/l  por...?. 

Alberto.- No señor. 

Don Rafael.- Pasemos a otra cosa entonces. ¿Sabe usted qué leyes combinadas nos llevarían a la ecuación de los gases perfectos? (Alberto calla) ¿Pero es que puede usted desconocer las leyes de Mariotte y de Gay-Lussac? Pues dígame, refiriéndonos a otro punto, ¿cómo llegaría a determinar el calor específico de un cuerpo por el método de las mezclas, teniendo en cuenta el calor absorbido por el vaso calorimétrico?. 

Alberto.- ¿Lo que usted me pregunta es de Termodinámica?. 

Don Rafael.- No señor, es de Calorimetría. 

Don Valentín.- Parece que el señor Martínez conoce mejor la Termodinámica, don Rafael. 

Don Rafael.- Quizás. No obstante, hay una disposición que prohíbe terminantemente preguntar Termodinámica. 

Don Valentín.- Debe ser muy reciente. No la, conozco, ni comprendo la razón. 

Don Rafael.- La naturaleza de la razón es muy compleja y, desde luego, de ética profesional. Le haré, sin embargo, una última pregunta sobre Electricidad. Dígame usted, señor Martínez, la ley de Faraday de la que se deduce el valor de la fuerza electromotriz inducida. 

Alberto.- La intensidad de una corriente está en razón directa de la fuerza electromotriz y en razón inversa de... de... 

Don Rafael.- Quiere usted decir, y w la termine, la ley de Ohm, lo cual prueba que no sabe ni una ni otra. (Dirigiéndose a Don Valentín) Lo sien­to muchísimo, pero no puedo preguntarle más.

Don Valentín.- Retírese usted, señor Martínez y haga el fa­vor de decirle a Floro que le pase a mi des­pacho. Una vez termine aquí iré a le Dirección. Allí hablaremos, porque me figuro que tiene usted que decirme algunas cosas, y yo, en justa reciprocidad, le explicaré otras. 

Alberto.- Sí, señor. Así es, en efecto. 

(Sale Alberto) (Se sienta don Rafael). 

ESCENA V

DON VALENTÍN, SECRETARIO, PROFESOR DE CIENCIAS

NATURALES, DON RAFAEL, PROFESOR DE FILOSOFÍA 

Don Valentín.- Calificaremos ya, por fin, el último de la lista. 

El Secretario.- Efectivamente. (Mirando la lista) Celia Cortés Noriega. 

El prof. de C. Naturales.- ¡Qué paradoja! El último de la lista y la primera de clase.

 

D. Valentín.- Exacto. Creo que a esta señorita todos le concederán la máxima puntuación, es decir, el diez.

Todos.- (Menos Don Rafael) Desde luego. 

Don Rafael.- Por segunda vez he de lamentar no estar de acuerdo con ustedes. Yo no puedo concederle más que un ocho.

El prof. de C. Naturales.- Pues es una alumna muy inteligente. 

Don Rafael.- Cierto, pero mi nota refleja exactamente, a mi juicio, sus conocimientos en la asignatura.

El prof. de Filosofía.- No me lo explico. 

Don Rafael.- No quiero pensar que ustedes pretendan que yo explique las razones de índole científica o pedagógica que me obligan a calificarla así.

El prof. de Filosofía.- Si existiesen esas razones yo no renunciaría a conocerlas pero es el caso que la muchacha (Riendo) c´est vraiment mignonne, mignonne, mignonne, Don Rafael, y usted nos resultó un puritano.

EL Secretario.- ¡Miren el filósofo que parece que vive en el limbo!. 

Don Valentín.- Bien está. De todos modos esa señorita es un “sobresaliente” y procede hacerla pasar aquí y preguntarle si entra en sus cálculos presentarse al premio extraordinario.

El Secretario.- Naturalmente. (Llama al timbre y aparece Antonio).

ESCENA VI

ANTONIO, DON VALENTIN, PROF.DE CIENCIAS NATURALES

Antonio.- He venido yo, porque Floro está en la Di­rección con el señor Martínez Sanpedro. ustedes dirán. 

Don Valentín.- Por supuesto; Floro no deja a nadie en la Dirección, ni aunque le ahorquen. 

El prof. de C. Naturales.- ¡Con decirle a usted que cuando yo salgo del gabinete de Historia Natural me mira, con cierto disimulo, de arriba a abajo, para ver si llevo algo!.

Don Valentín.- Oiga usted, Antonio, diga a la señorita Cortés Noriega que tenga la bondad de venir a la Sala de Profesores.

Antonio.- Muy bien, señor Director. (Sale Antonio). 

ESCENA VII

PROFESOR DE LATÍN, PROFESOR DE FILOSOFÍA 

El prof. de Latín.- Espero que esta señorita se decida a hacer la oposición al premio. 

El prof. de Filosofía.- Así lo entiendo yo. 

(Aparece Celia en la puerta). 

ESCENA VIII

CELIA, DON VALENTÍN, DON RAFAEL 

Celia.- ¿Se puede entrar?.

Don Valentín.- ¡Adelante!, señorita Cortés. Merece usted, para todos los profesores, la máxima puntuación. 

Celia.- ¿Para todos, Don Valentín?. 

Don Valentín.- (Nervioso) Si... para todos quiero decir que su calificación es de “sobresaliente”, y la he­mos hecho venir para ponernos de acuerdo con usted respecto de 1a fecha que hemos de señalar para los ejercicios de oposición al  premio extraordinario, si es que usted piensa realizarlos.

Celia.-Verá usted; como han de transcurrir varios días para que ustedes puedan dedicarme uno, por las muchas ocupaciones que tienen en esta época de exámenes, y como, por otra parte, no tengo la absoluta seguridad en mi triunfo, prefiero quedarme con esa nota que ustedes han tenido la amabilidad de concederme.

Don Valentín.- Pues es una verdadera lástima. (Dirigiéndose a don Rafael) ¿Qué opina usted, Don Rafael?.

Don Rafael.- Participo de la opinión de usted, natural­mente. Creo. 

Celia.- ”Sí, naturalmente... (Imitando a don Rafael) creo que esta señorita debe presentarse”,  y después vienen las preguntitas: “¿Y por qué cuando esto, no dice usted lo otro?” “¿Y por qué cuando lo de más allá no dice usted lo de más acá?” No, señor don Rafael, ya estoy calificada. Deben saber ustedes que está ya cumplida la condición impuesta por don Ra­fael para hablarme de una nueva teoría, y si oposito al premio vuelvo a estar como antes. ¡Tengo verdadera impaciencia por conocerla!.

Don Valentín.- Entonces, ,señorita, va a satisfacer usted sus deseos, porque nos vamos. Yo me voy a la Dirección, y ustedes (Dirigiéndose a los Profesores) me harán el favor de reunirse en el aula de Matemáticas para extender el acta y trasladar las calificaciones a las papeletas de examen. Don Rafael tendrá tiempo suficiente para cumplir su promesa y, para ello, aquí le dejamos con 1a señorita Cortés. 

(Salen todos y sólo quedan don Rafael y Celia). 

ESCENA IX

DON RAFAEL, CELIA

Don Rafael.- ¿Cree usted, señorita, llegada la hora de que yo le exponga la nueva y precitada teoría?. 

Celia.- Ya lo habrá usted oído; no quiero hacer la oposición al premio extraordinario por conocerla. 

Don Rafael.- Recordaré usted que surgió el hablar de la naturaleza de 1a luz. Quería exponerle, con ese motivo, algunos fenómenos de gran importancia científica, derivados de ciertas consideraciones sobre la "polarización  rotatoria electro magnética de la luz”. En primer término, recordemos que las propiedades magnéticas de los imanes residen...

Celia.- Para Ampère, en las propias moléculas, se­gún la experiencia del imán roto. Para De Heen, en los mismos átomos.

Don Rafael.- Todo eso está muy bien, Celia. Pero ya basta. Escuche usted lo nuevo, que es la más exacta interpretación de esta clase de fenómenos: el poder magnético, la deliciosa atracción magnética y, mejor aún, la maravillosa sugestión hipnótica reside en unos ojos de mujer, que tienen mucha noche, y por eso profundamente bellos, instalados en un hermoso rostro, cuyos labios llevan siempre una sonrisa cariñosa que hacen concebir...

Celia.- Siga usted, don Rafael, siga.

Don Rafael.- ¿Aún don Rafael?.

Celia.- Pues sigue, Rafael.

Don Rafael.- ¿A qué continuar?. Te quiero, Celia, con una explosión de cariño varios meses contenida.

Celia.- ¿Es tan firme y seguro?. 

Don Rafael.- Lo ha dicho un filósofo. Hay quien ha venido a1 mundo pare enamorarse de una sola y determinada mujer. 

Celia.- Y consecuentemente, no es probable que tropiece con ella.

Don Rafael.- Por fortuna, la mayor parte de los hombres trae un destino amoroso memos diferenciado.

Celia.- Claro está, y así se explica que el hombre pueda realizar sus sentimiento, en amplia elección de feminidad homogénea; como quien dice: "Unos en las rubias a otros en las morenas". 

Don Rafael.- Efectivamente, aunque ese no es mi caso. Mi ideal es único e intransferible, y ese ideal eres tú, Celia. 

Celia.- ¡No ansiaba otra cosa que oírte hablar así, Rafael! ¡Yo te querré siempre!.

Don Rafael.- Ese es mi ardiente deseo ¿Estás segura? No olvides que todo amor jura en un momento determinado su propia eternidad, y sin embargo, ese momento, como todo en la vida, se extingue, y a pesar de su aspiración de eternidad se pierde en el pasado.

Celia.- ¿Eso también lo ha dicho algún "filósofo''. 

Don Rafael.- Si no lo han dicho así, habrán empleado términos parejos. 

Celia.- Los filósofos suelen ser muy pesimistas. De­jémosles non sus tristes concepciones de la vida. Yo estoy en estos momentos muy con­tenta (Aparecen en la puerta del fondo Alberto y el Director), Rafael, tanto quo me considero verdaderamente feliz. 

ESCENA X

DON VALENTÍN,  ALBERTO, CELIA, DON RAFAEL 

Don Valentín.- (A Alberto, en la misma puerta) ¿Te convences ahora, Alberto?. (Don Rafael y Celia se aperciben de la presencia de alguien y se vuelven mirando hacia le puerta). 

Alberto.- (Avanzando hacia Celia y cogiéndole las manos) Yo también me siento muy feliz, Celia. Mis dudas han desaparecido ya, Y gracias a don Valentín be gozado de este momento en que se desbordaba tu inmensa alegría. 

Celia.- Haces tuya mi felicidad, porque me quieres como te le dicho repetidas veces. 

Alberto.- Y yo te dije, otras tantas, que eres muy buena, y ahora debo añadirte, que muy digna merecedora  de “un don Rafael”. 

Don Rafael.- ¡Tal vez yo sea indigno de ella!. 

Don Valentín.- Se merecen ustedes recíprocamente. 

Don Rafael.- Comunicaré a Celia, ante ustedes, mis pro­pósitos. Voy a retrasar unos meses mi viaje a Suiza. Hablaré con tus padres, y en ese tiempo... 

Don Valentín.- No continúe usted. Yo les ruego que me permitan apadrinarlos. 

Celia.- Encantada, Don Valentín. 

Don Rafael.- Lo mismo digo. (Dirigiéndose e Don Valentín). Y ya después, haré el viaje al extranjero paro realizar los estudios que me ha confiado la Junta de Relaciones Culturales. ¿Insistes tú en ir, Celia?. 

Celia.- No es que insista en ir, es que voy. 

Don Valentín.- ¡Ya verá usted, Don Rafael, lo que son las mujeres! Tanto se sacrifican por el marido que no le dejan ni mi momento. !Son un verdadero encanto!. 

Celia.- Y tú, Alberto, serás ese día, por mí tan esperado, el primero y mejor de los invitados. 

Alberto.- Participaré de vuestro dicha ron sincera emoción, pero no puedo olvidar la lección que he recibido de vosotros. Son ustedes un par de ejemplares. Don Rafael personifica la inteligencia, la rectitud, el digno proceder en la vida; tú simbolizas, Celia, la constancia el amor al estudio, el compañerismo. Son éstas les normas que he de seguir dócilmente, no como un falso ejemplar, y que han de regir mi propia conducta. Estudiaré mucho, mucho, y he de arrancar en justicia, a Don Rafael, en el mes de Septiembre la máxima puntuación. 

Celia.- Eso me produce inmenso júbilo, Alberto.

Don Rafael.- Celebro sinceramente su determinación, señor Martínez. Con la autorización del señor Director voy a disponer... 

Don Valentín.- Disponga, desde luego, don Rafael, porque usted propone, en todo momento, cosas factibles.

Don Rafael.- Muchas gracias, Don Valentía. Pues adver­tiré a Floro que durante este verano puede el señor Martínez entrar, cuando lo estime ne­cesario, en el gabinete de Física y en el la­boratorio de Química. Además ordenaré en el hotel que dejen mi biblioteca particular a disposición del señor Martínez.

Alberto.- Le debo profunda gratitud, Don Rafael, y este rasgo que tiene conmigo confirma plena­mente que es usted un perfecto caballero. Yo le ruego perdone mi atrevimiento cuando... 

Don Rafael.- ¿Qué está usted diciendo? ¡Pudieran imaginarse el señor Director y Celia que me ha faltado alguna vez!.

Alberto.- No obstante insisto, don Rafael. ¿Me perdona usted?.

D. Rafael.- Con un abrazo, Alberto. (Se abrazan).

Celia.- (A don Valentín y mirándolos) Así, así siempre. ¡Esa sí que es “una nueva teoría”.

(Cae el telón) 

FIN DE LA OBRA

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