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Cierto día de verano, una monita joven que iba de rama en rama,
descubrió un nido. Más contenta que unas pascuas, alargó la
mano. Y los pajarillos, que sabían volar, huyeron a la
desbandada. Todos, menos uno, el más chiquitín.
Nuestra mona, con mil
cabriolas de alegría, se apoderó del pajarito, con el que se
dirigió a su casa.
La pobre avecilla era suave,
tibia, blanda, delicada. La monita se extasiaba
besuqueándola, acariciándola y apretándola contra su pecho.
Su madre la miraba
sin decir nada.
- ¡Qué precioso pajarito!
¡Cuánto le quiero! - gritaba la mona, fuera de sí.
Y tantos fueron sus besos y
apretujones, que la pobre avecilla murió asfixiada contra su
pecho.
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