Una
lágrima suave, cristalina,
asoma, se sonroja, busca
amparo.
Es el dolor que nubla mis
pupilas,
es el mortal desánimo.

Una a una, se engarzan,
son cuentas de un rosario,
brotan desconsoladas
por un brutal fracaso.

Mas no es este el momento
de convertirse en llanto
dentro del corazón, joyero de
vivencias;
las reprimo, en un intento
vano,
sé de la burla ajena, no se
comprendería
el raro sortilegio de padecer
callando.

Y mi alma, compañera
inseparable,
evitará entrevean la esencia
del quebranto,
convertirá en estrellas
refulgentes, etéreas,
las gotas silenciosas que
rebato.

Una traviesa lágrima llegará
dulcemente
a la esperada mano,
mano amiga que la conducirá
hacia el lugar soñado,
al cielo donde habitan las
estrellas,
al divino remanso,
y brillará la paz en mi
camino,
y no habrá más dolor ni habrá
más llanto.

María del Carmen Menéndez
García