ÁLOE Y MIRRA

La Madre Dolorosa

acoge las reliquias en su seno,

abraza con su cálido suspiro

los adorados restos,

y acata la divina voluntad

en herido silencio.

Es Sufrimiento erguido

a la sombra de Dios y del madero,

 acepta la misión

de mediar por los hombres ante el cielo.

La Madre representa

el símbolo sagrado de la Iglesia.

En Juan están descritos los creyentes

que en su interior alberga.

Y a Jesús, como al pábulo, al cordero

que en la Pascua consumen en la cena,

adoran y respetan.

Agua, sangre; bautismo, eucaristía;

son dones de su Paz y Vida eterna.

La túnica del Sumo Sacerdote

era en la Antigua Alianza real emblema,

no reparten la túnica de Cristo,

la conservan entera.

Se fueron los discípulos. No miran

el lugar donde entierran a Jesús,

no pensaban volver al otro día

por temor a la cruz.

Once de sus testigos

no comprenden la eterna magnitud.

José de Arimatea y Nicodemo,

creyentes vergonzantes, temerosos

del poder opresor,

auxilian, son apoyo

en los duros momentos,

cuando la madre y Juan estaban solos.

Compraron treinta kilos de áloe y mirra,

como un acto de amor,

para alargar el tiempo de pureza.

Nadie esperaba su Resurrección.

Jesús, en soledad, resucitó,

abrió la puerta blanca de la Vida.

María Magdalena vio al Rabbí

y escuchó la orden de partida

hacia el lugar del místico reencuentro.

Allí serán curadas las heridas

de la Pasión y muerte

y acogerán las órdenes precisas:

amar y predicar.

Esta es la ley divina.

Emma-Margarita R. A.-Valdés

email del autor: universo@universoliterario.net