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VUELAS POR LAS CALLES DEL INFIERNO Por
Como
un mazazo,
como
una enorme piedra contra el pecho,
recibes
la noticia:
Han
cogido a Jesús. Ha caído prisionero.
Te
tambaleas.
Helado
escalofrío atraviesa tu centro.
Estremecida,
casi
sin voz, exclamas que es voluntad del cielo,
lo
sospechabas
desde
que Simeón te lo anunció en el templo,
su
advertencia llenaba tus vacíos,
esperabas
vencer ante su asedio,
pero
no conocías el impacto
del
dolor, del tormento.
Un
cúmulo de lágrimas maduras
resbalan
por tu légamo,
desalentada
habitas
en las sierras inhóspitas del duelo,
un
insalubre páramo
donde
mueren los pájaros, se marchitan los pétalos,
revientan
las semillas en la tierra,
anida
el cuervo.
Los
telares telúricos,
urdimbre
de la estrella y el lucero,
entretejen
locura y fanatismo
en
un sudario etéreo,
el
manto sepulcral que te amordaza
inclemente,
violento.
El
pensamiento vuela hacia tu hijo,
lánguida
oscuridad, letal desvelo.
Tus
ojos han perdido la tenue claridad
de
los recuerdos
cegados
por su imagen dolorosa
sufriendo
retirada, en duro cautiverio,
y
se inundan de rojo tus pupilas,
con
llamas de tu fuego.
Un
sabor ácido
se
extiende por tu boca y tus labios resecos,
el
estómago ardiente se rebela, se encoge
con
náuseas de amargura, de recelos.
Y
vuelas, vuelas.
¿A
dónde vas, mujer, que pasas con el viento?.
¡A
su lado! ¡con mi hijo! ¡a su lado! ¡con mi hijo!,
martillea
incansable tu cerebro.
No
puedes más.
Te
alarma derrumbarte, caer muerta en el suelo
y
desaparecer debajo de la tierra,
porque
has de endurecerte, ser de acero,
y
proteger la herencia, el Tabernáculo
de
un mundo nuevo.
Aguantas,
desviviéndote,
y
vuelas por las calles del infierno
y
en tu mente golpea,
como
en la fragua es golpeado el hierro:
¡a
su lado! ¡con mi hijo! ¡a su lado! ¡con mi hijo!.
No
hallas sosiego, no cesa tu penar desde que te contaron su oración en el huerto.
Te
pesa la impotencia
que
separa tus alas de su cuerpo.
En
la noche callada
tus
suspiros son lúgubres, funestos.
ajenos
pasos
parecen
de asesinos salvajes, gigantescos.
Avaricioso
conspira
el corifeo.
La
luna reverbera
en
las rocas del muro carcelero,
riela
por tu lívida ceniza
erguida
por el miedo.
Y
pretendes subir como la yedra
por
las losas grisáceas hincadas en tu aliento,
y
alcanzar el azul luminiscente,
traspasar
la negrura del trayecto.
Un
vendaval
cruza
los callejones como agudo escalpelo,
es
una mano fría en tu garganta
ahogando
tus lamentos.
Caen
los segundos
por
el perfil de trágicos espectros
que
pálidos se asoman tras la afilada esquina,
fatídicos,
siniestros.
En
la noche doliente
acechas,
anhelante, los acontecimientos,
y
vislumbrar,
sin
el infausto velo,
el
fruto de tu amor, que por amor te hiere.
Mas
tienes tus raíces en el cielo
y
reflexionas
sobre
lo que pasó en su oración del huerto.
Esta poesía, en mp3, recitada por la autora
Del libro "Antes que la luz de la alborada, tú, María"
Libros de Emma-Margarita R. A.-Valdés
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Pintor: William Bouguereau
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